Vientos con sabor a kanelruller y futuro

A punto de oscurecer, el horizonte me indica que falta poco para llegar a mi destino. En la loma ya se asoman los gigantes modernos que hoy Don Quijote miraría con entusiasmo y no con recelo. Ya son el paisaje natural de La Muela y de mi camino a Zaragoza.

Cierro los ojos un momento. Cuando vuelvo a abrirlo los gigantes molinillos siguen erguidos de forma majestuosa, pero no sobre la loma. Ahora surgen del fondo de un mar que llevo echando de menos demasiado tiempo. Uno que descubrí hace mucho y que me descubrió mientras pasaba en tren de una isla a otra, de un mundo al mío, en un país que no está a más de dos mil kilómetros, está en otra galaxia.

Aquellos molinos de viento se precipitaban grandes sobre el mar; orgullo de un país que vive con comodidad con ellos como protagonistas desde antes incluso de que el debate sobre energías renovables saltara a la palestra de lo público. Es el orgullo de un país que sabe más que nadie cómo cuidarse y cómo cuidar lo bello, lo importante, lo natural, la vida. Y que tiene muy en cuenta un futuro que es de todos, aunque tanto nos diferencie su clima, su cultura, su visión del mundo. Si la Europa necesita un 20% de energías renovables para 2020, ellos plantan molinos en sus mares para ayudar. ¿Es caro? Sí, y más en el fondo del mar. ¿Es rentable? Quizá para nuestra visión a corto plazo no lo sea demasiado ¿O sí, y no lo vemos?

Decenas, cientos, miles de estos molinillos de metal, aluminio e imanes vi durante mi viaje. Gracias a ellos me calenté, comí, me duché y descubrí que otro mundo es posible. En mi ruta desde Skagen hasta Århus me topé con no pocos pueblos y granjas en cuyo jardín se cultivaban molinos. Todo un descubrimiento para mí que siempre vi grandes campos en zonas levantadas de España, y que aquí crecían únicos alrededor de las poblaciones.

Skagen, where are you?

En una de esas pequeñas ciudades, sus orgullosos habitantes gestionaban toda su energía a partir de dos «pequeños» molinillos. «Autogestión natural», lo llamaban en su lengua que cada vez se me hacía menos incomprensible.

Después comprobaría que no era un sitio singular, sino una forma de vida arraigada en la naturaleza y con ella como origen y destino, y que tan lejos veía de que se hiciera real en mi país.

Desde Skagen hasta Ålborg la «autogestión natural» salpicaba el país. El momento que más lejos me sentí de España, con aquel té caliente entre las manos en una granja extraña en la que me sentí en casa. Apenas 200 metros más allá del cristal que me separaba de la nieve, aparecieron en mi vista los responsables de que mis pies estuvieran secos y mi ropa caliente en un 17 de un mes, el de diciembre, que no conocía otro día que no fuera nevado.

El niño que me sirvió el té no conocía otra manera de energía, salvo el petróleo que usaba el bus que lo llevaba cada día a la escuela, autogestionada, claro. Tenía 16 años y los molinos no interrumpían sus fotografías, le conectaban con el mundo porque Facebook era la página principal de su portátil, autogestionado.

Quizá era esa la fórmula mágica que deseaba tanto Europa, y yo, para dejar de pensar en petróleos e inventarnos guerras por ellos. Aunque justo en los días que yo paseaba por el país de los molinos se reunían a poco más de dos horas en tren todos los que debían dar el paso adelante. København albergaba la Conferencia sobre el cambio climático (COP 15), y no pareció que el mundo fuera a cambiar, a pesar de que todos los que allí se reunieron pudieron comprobar que otra forma de gestión es posible. En cualquier caso, si como europeos queremos llegar a reducir el CO2 entre un 80 y un 95%, tal y como prometió la UE, solo tenemos que fijarnos en lo que ya funciona y fomentarlo, ¿por qué es entonces tan difícil?

Aunque ya veía un mundo casi sin CO2 para el 2050, alguna pregunta todavía no tenía respuesta: ¿Dónde y cómo se puede almacenar la energía del viento si se pretende abastecer una superficie mayor que un pueblecito y durante un periodo de tiempo prolongado? ¿Por qué no se fomenta y se publicitan ejemplos plausibles de qué es lo que puede llegar a hacer un molino de viento? ¿A partir de cuándo se puede utilizar este sistema en el día a día? ¿Qué límite tiene? ¿Qué hacemos si la energía nuclear es más potente a corto plazo?

Una luz me devolvió mi imagen en el cristal del autobús. Ya estaba oscuro y el compañero de viaje necesitaba seguir leyendo. El té había desaparecido de mis manos, pero el horizonte me regalaba un fantástico campo salpicado de luces rojas. Los molinos de viento de la Muela siguen en marcha.

Quizá las palabras «autogestión natural» vuelvan a adquirir aquel significado que se me hizo tan cercano en un sitio tan lejano y vuelva a sentirme en casa 2.000 kilómetros más lejos de aquel té autogestionado. Quizá no esté tan lejos: http://www.abc.es/20120324/economia/abci-arranca-francia-mayor-turbina-201203231743.html

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