Salvatore Cimmino, el nadador amputado de los siete mares

Sin pierna desde los 15 años, unos problemas de espalda lo llevaron a la piscina y de ahí, a nadar en todos los mares del planeta

Llegó tarde a la natación para acudir a unos Juegos Paralímpicos. Tarde incluso para competir, pero a Salvatore Cimmino nunca le interesó la piscina hasta que con 41 años, en plena madurez, las prótesis obsoletas que utilizaba en su pierna le comenzaron a crear muchos problemas en la espalda. Su médico le recetó natación, y su historia de amor con el agua no tiene fin.

No hay mar lo suficientemente grande para Cimmino
No hay mar lo suficientemente grande para Cimmino

Asumida la amputación de su pierna derecha desde que a los quince años un osteosarcoma pusiera en riesgo su vida, el italiano no tuvo otro remedio que aceptar que pasaría el resto de su vida con una prótesis y siempre contando con la ayuda de quien tuviera alrededor. «Las viejas prótesis me provocaban tanto dolor en la espalda que no podía llegar ni a la cama. Fui a la piscina y me sentí muy a gusto, no me cansaba. Y pensar que hasta ese momento lo único que sabía hacer en el agua era flotar».

Comenzó a entrenarse cuatro días a la semana, pero no se veía nadando ni diez kilómetros. Su traje de neopreno ya acumula 500 y todavía tiene muchos mares que surcar. Su primera aventura no superó los 24 kilómetros, pero ese trayecto entre Capri y Sorrento le animó, igual que sus entrenadores que siempre apoyaron sus locas travesías. Aunque también lo pasó mal, muy mal. Como en aquella ocasión en octubre de 2011 en la que el estrecho de Cook le llevó la hipotermia. Pero también ha sentido la satisfacción de hacer lo imposible para que los discapacitados tengan voz en Italia: «Goma -ciudad africana- es casi mi segundo hogar. Tuve que pelearme para que me dejaran nadar en su lago Kivu, porque está muy cerca de unas concentraciones de gas. Lo conseguí, nadé y cuando salí del agua había 20.000 personas arropándome».

Parece fácil, pero no lo sería ni aunque tuviera las dos piernas. Con una, Cimmino ha tenido que desarrollar el tronco superior para compensar la falta del miembro inferior y la falta de equilibrio.

Lucha individual, premio colectivo

Sin embargo, Cimmino tiene un objetivo en la cabeza: mejorar la situación de las personas que tienen alguna discapacidad en Italia. Por eso trata de visitar, nadando, países en los que se desarrolle tecnología aplicada a las prótesis, órtesis o sillas de ruedas. «Llevo una prótesis con un sistema de control electrónico de última generación y no tengo problemas de espalda, pero no todo el mundo tiene esta fortuna. En Italia esta tecnología se esconde en los cajones y no se hace disponible para todos».

El nadador no pide una pensión para los discapacitados, sino que no los traten como tales. «Yo soy un ejemplo de que los discapacitados podemos crear riqueza y de que podemos vivir igual que los demás. Pido integración, participación activa, porque una persona en silla de ruedas en Italia no puede ni salir a la calle. Los Juegos Paralímpicos estuvieron muy bien, pero se acabaron y hay muchos países que no tienen en cuenta la tecnología para ayudar a estas personas».

Mientras siga habiendo gente que necesite una prótesis para mejorar en su día a día, Cimmino no tendrá problema en ponerse su traje de neopreno y demostrar que aun con una sola pierna, no hay horizonte inalcanzable.

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Una adolescente ciega vuelve a correr gracias a su perro guía

A Sami Stoner una enfermedad la dejó sin visión, pero Chloe le ha devuelto la confianza y sus zapatillas de competición

Nadie te prepara para las barreras que, de repente, pone la vida. Tampoco a Sami Stoner, 16 años, legalmente ciega para cualquier tipo de competición desde que una enfermedad atacara sus ojos a los 13 años y su visión se redujera a sombras diluidas y luces emborronadas. Pero a los atletas, bien amateurs bien profesionales, les nace un sentimiento de superación que se multiplicó en Stoner. Las carreras de campo a través en las que participaba no serían peligrosas a pesar de sus ojos, Chloe, su perro guía, acompañaría sus zancadas y su aliento.

La atleta ya no tiene miedo de caer, Chloe nunca le falla
La atleta ya no tiene miedo de caer, Chloe nunca le falla

Stoner comenzó a jugar a fútbol en el colegio. Fue su forma de socializarse y con la que sus padres consiguieron que se interesara por los deportes. Pero a esta adolescente de Ohio se le acabó el balón porque ya no habiá suficientes chicas en el instituto. Eligió entonces elatletismo, pero en su modalidad de campo a través. No le gustó nada, lo odiaba, aunque el desafecto le duró apenas unos días. Las zapatillas de correr pronto fueron su rutina, una en la que le gustaba participar.

Empezó a ver borroso, con niebla, a confundir los colores. Le diagnosticaron la enfermedad de Stargardt, sin cura ni tratamiento

Sin embargo, algo no marchaba bien en sus ojos. Empezó a no ver con claridad la pizarra, a confundir los colores, a tener una niebla constante. Después de muchas pruebas el diagnóstico no solucionó demasiado: laenfermedad de StargardtSin cura ni tratamiento y con la única posibilidad de ir a peor. «Solo podía llorar y llorar. Unas veces por rabia de que me hubiera pasado a mí, otras por que estaba aterrada», reconoció en una entrevista a ESPN.

Tuvo miedo de no poder seguir compitiendo. El tartán es seguro, un bosque, no. Pero Stoner necesitaba continuar haciendo las actividades que hacía para seguir sintiéndose normal. Su amiga Hannah Ticoras salió en su auxilio. Era compañera del equipo de cross y se convirtió en su guía. Pero también el idilio se rompió, dos años más tarde, porque Ticoras se graduó y se fue a la Universidad.

Stoner, que ya empezaba a echar de menos los detalles de su cara y de su familia, se encontró sola de nuevo en la oscuridad del que no puede calzarse las zapatillas por mucho que estas le reclamen atención. Y entonces llegó ella, Chloe. «Un perro en casa te cambia la vida, pero a mí me la solucionó».

Chloe vigila el terreno y la orienta por las partes más seguras para evitar las caídas en las carreras

Chloe se convirtió en su guía, dentro y fuera de las competiciones. Ya no habría problemas en el instituto ni en la calle ni tampoco en los bosques en los que competía. «Ella vigila las raíces y los obstáculos y me orienta por el terreno más llano», confiesa Stoner, que consiguió una dispensa de la Asociación estatal de Atletismo para poder competir con Chloe. Ambas salen 20 o 30 segundos más tarde que el resto de competidores, para evitar que unos y otros se pongan nerviosos o haya accidentes. Pero a Stoner no le importa: «No corro para ganar ni para hacer tiempos ni nada por el estilo, corro porque me encanta. Y ahora, que puedo seguir corriendo gracias a Chloe, mucho más».

Atleta sin fin, Stoner aprendió que una discapacidad no es el fin del mundo: «Siempre puedes seguir haciendo las cosas que te propongas, solo tienes que encontrar un camino diferente para hacerlo». Ella lo ha encontrado, o mejor dicho, Chloe lo encuentra por ella.

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Ahmed Naas, el tendero medallista

Ninguno de sus clientes sabe que detrás del buenos días de Naas se esconde un medallista paralímpico, motivo de orgullo del país durante apenas unas horas.

Aplausos, saltos, alegría, vítores, más aplausos. El 7 de septiembre de 2012, el Estadio Olímpico celebraba con entusiasmo la medalla de plata de Ahmed Naas en lanzamiento de jabalina. El atleta paralímpico recuerda con cierta nostalgia ese día. Pensó que todo sería más fácil a partir de ese momento, pero a su llegada a Irak no le esperaba nadie en el aeropuerto, y sí su puesto ambulante familiar en el que vende fruta por valor de 15 dólares al día a repartir entre sus tres hermanos.

Tras el éxito en Londres, Naas regresó a su puesto de frutas, todo seguía igual
Tras el éxito en Londres, Naas regresó a su puesto de frutas, todo seguía igual

«Cuando regresé de Londres, pensé que mi vida cambiaría. Soy medallista paralímpico y nadie lo tiene en cuenta», afirma. Naas, que sufre enanismo, continúa su vida en su ciudad natal y sigue entrenándose como antes de ganar las medallas: en un terreno de tierra que antes era una carretera y con material que él mismo se fabrica porque no puede costearse uno de verdad ni, por supuesto, un gimnasio profesional.

Y todo sale del pequeño negocio familiar de venta ambulante de fruta en la que suele ganar entre 15 y 25 dólares al día (entre 12 y 20 euros) que tiene que compartir con sus tres hermanos. «Un día eres el orgullo de tu país y al día siguiente ya nadie se acuerda» se lamenta este atleta de 20 años que batió el récord del mundo en su especialidad y colecciona las medallas de los campeonatos en los que participa. Pero solo son eso, un bonito recuerdo que almacenar en su casa de adobe.

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Weihenmayer, el atleta que no ve el miedo

Alcanzar una cima que se resistía siempre provoca la sensación de inmortalidad que, seguramente, viven los que otean durante unos segundos el mundo subidos a los 8.848 metros del Everest. Erik Weihenmayer puede expresar ese sentimiento, aunque no podrá nunca describir con qué paleta de colores se dibuja la tierra desde tan arriba. La ceguera con la que vive desde los trece años le impide experimentar la vida de la misma forma que el resto de mortales videntes.

Weihenmayer coronó las siete cumbres más altas del mundo
Weihenmayer coronó las siete cumbres más altas del mundo

No obstante, para Weihenmayer, de 44 años, no saber si el color del cielo sigue siendo tan azul como recuerda de su infancia no le impide alcanzar cotas que solo están visibles en los ojos de quien las sueña. Un glaucoma producido por una retinosquisis -enfermedad que ataca a los ojos- le impidió ser un niño normal, por mucho que se empeñara en no cambiar su vida y se negara a aprender braille y a caminar con bastón. Después de practicar baloncesto, un curso de escalada para personas ciegas le mostró el camino. Todos, ciegos y no, necesitan del tacto para encontrar el agarre más adecuado, ya no habría diferencias entre él y el resto de escaladores. Y desde ese día, la montaña, con hielo o sin hielo, fue su refugio.

En 2001, el atleta estadounidense se propuso escalar el Everest y pronto lo tuvo a sus pies, una proeza que multiplicó por siete -para alcanzar las siete cimas más altas del mundo- apenas un año más tarde. El valor lo sacó él; la orientación, imprescindible en la montaña, se la ofrecían sus dos acompañantes. Uno delante y otro detrás, le señalaban el camino con los cascabeles que se ataron a las botas.

Próximo reto: el Río Colorado
Una vez en tierra firme, el atleta participó en diversas maratones, pero le sabía a poco el reto y el atleta ha decidido cambiar de elemento para superarse a sí mismo. Su próxima aventura, tal y como él mismo ha confesado, le da diez veces más miedo que la que le dio más miedo llevar a cabo. En esta ocasión no habrá cascabeles que le guíen porque en el escenario que pretende atacar no se oye más que el ensordecedor ruido del agua, por todas partes. Weihenmayer se prepara ya para descender en kayak el río Colorado, a través del Gran Cañón.

Con la ayuda de dos guías, Weihenmayer fue el primer ciego en subir al Everest
Con la ayuda de dos guías, Weihenmayer fue el primer ciego en subir al Everest

Comenzó a practicarlo hace cuatro años, pero siempre de forma amateur. Pero ningún aficionado ha logrado lo que él pretende hacer, por lo que ya se entrena a diario para que el manejo de la embarcación sea el último de sus problemas. A su lado, en esta ocasión como profesores, dos olímpicos, Casey Eichfeld y Pablo McCandless. Y los primeros pasos ya han dejado impresionados a sus guías. En el recinto que ha elegido para entrenarse, su amigo y experto palista Robert Raker le dirige los pasos con breves y concisas indicaciones sobre qué tiene a los lados o qué distancia hay hasta el próximo rápido. Pero en los entrenamientos los obstáculos son de madera, de los que no matan si chocas contra ellos. El Gran Cañón es otro nivel, incluso para los no ciegos, pues en sus curvas se pueden generar olas de hasta cuatro metros y medio de altura, y durante una buena parte del trayecto, ni siquiera funcionan los teléfonos vía satélite necesarios en caso de emergencia.

Ya ha sufrido algún que otro susto, pero sus ojos no ven más allá de superar el reto del Colorado. Y después, se abrirán para alcanzar otros más inalcanzables. Para la vista siempre hay un horizonte más lejano, para la ceguera de Weihenmayer el miedo no es ningún límite.

Aquí la noticia, en ABC.